Aquella noche febril, en la que vi mi mundo pasar en frente de mí (de pies a cabezas) y con él todos mis miedos condensados, sentí un apremio germinarse desde lo más hondo de mi autoconciencia. Minado por una espesa cordura que empezaba a extinguirse, en la obscuridad de mi remota circunstancia, contemplé pasmado la pantalla. El monitor irradiaba toda la naturaleza de su poder contra mi rostro contuso y lánguido por los eventos sucedidos. Volteé la mirada hacia el balcón de mi dormitorio, comprobando que aquel fárrago de individuos ya se había marchado, al escuchar el sonido de la nada estremeciéndose en mi mente. De esta forma, ya sin ruidos de por medio, supe lo que tenía que hacer. Tal como si repentinamente un haz de lucidez bajado del cielo se hubiese reflejado en mis ojos, ya no habiendo marcha atrás, tenía que asumir mis actos —asumir la realidad, aunque todavía no la comprendiese—, y hacerme responsable de lo que había hecho.
Fue una cantidad ingente de contactos de personas a las que agregué y me aceptaron. En ese instante comprendí muchas cosas, que la vida está cargada de muchas decisiones erróneas y de fantasías emocionales —o emociones fantásticas, cualquiera que se acomode al texto— que derivan generalmente en el más perfecto y minuciosamente organizado caos. La realidad era muy distinta a la ilusión y a la vez tan similares en una cosa: ambas caben en el ser, para dignificarlo o para condenarlo. Hace muchas veces falta enderezar la cabeza y mirar directamente hacia adelante con una línea reinventora que trace las marcas a seguir, sin abandonar el optimismo blindado y garantizado por una buena disposición de las cosas.
Cada quien es libre dentro de su libertad, y fuera de ésta también: en su mundanidad consciente, de pecar o acendrar los mejores o peores comportamientos. Claro está sin afectar al resto. Mientras no se vulneren los derechos humanos de cada individuo, está bien, pese a que las leyes la crearon estos mismos individuos. Ya que no hay ley que por mano de un intercesor no se cumpla; en este caso en específico dicho intercesor viene a ser el hombre. Es por ello que muchas veces es difícil cumplirlas, porque las reglas básicas han sido impuestas y el juicio y la lógica no siempre van de la mano encaminados hacia un atardecer de verano, sino que a veces lo hacen orientados directamente a un precipicio naciente. Pero no quiero entrever nada ni barruntar supuestos ahorita: eso lo meditaré más adelante con mayor precisión. Por el momento continuaré con el relato. Es menester hacerlo.
El reloj marcaba las cinco de la madrugada. Un viento tenue se coló por los cristales del balcón. Mientras la noche llegaba a su cúspide, el día se encimaba con sutileza, insinuándose con el transcurso de los minutos. Muy rápido el viento en mención se transformó en una ventolera bastante insidiosa que aligeró el ambiente mitigándolo hacia un lugar frío. Pronto un vendaval de emociones nació de estas ocurrencias, ocurrencias que como tales describían con elocuencia lo que acontecía. Clavada tenía la vista en Facebook, y no dejaba de asombrarme lo que mis ojos perplejos observaban. Muchos nuevos amigos contactados en menos de lo esperado. No lo recuerdo. Hasta ahora no lo recuerdo. Y eso que yo lo viví o yo lo escribí, o las dos cosas —cualquiera que haya sido. El hecho es que tenía como mínimo siquiera cien amigos más. Y ¿cuál fue la razón por la que me sentí tan perturbado entonces? Creo saber o quizá adivinarlo. Es por la misma razón que ocasionó su mismo efecto y/o causa: el miedo de hacer nuevas amistades.
No era que me incomodaba conocer a otras personas, ni mi carácter era o es antisocial; solo que llevaba conmigo un pasado un tanto infortunado. Posiblemente ese sea la razón y el efecto de aquella actitud un poco hostil al inicio. Sin embargo, llevaba por dentro —no sé exactamente dónde— el presentimiento y la infrecuente sensación de que algo bueno iba a suceder. Y creí no equivocarme, dado que casi nunca había presentido nada similar. Y sé —y lo digo con autoridad, con experiencia propia— que cuando se presenta un caso así en mi vida con que tengo que priorizar los sentidos por encima de la razón, los primeros siempre ganan la partida. En esto me enfrascaré, como pájaro en el cielo, de ahora en adelante. No sin antes hacer un pequeño recuento de los hechos acaecidos aquella extraña noche fría. Conocer y recordar los detalles que irían imbricándose uno por uno hasta urdir una historia verídica y realmente real. Es preciso (si es posible) abordar característica y específicamente todo lo que pasó esa noche, para así diagramar un esquema que pueda ser compatible con mis propios sentimientos. Ya que lo que he de contar, no es cualquier cosa, ni el melodrama exagerado de un aprendiz de escritor, ni el desahogo de un condenado de la suerte; sino la historia (la más bella de todas) narrada tal como pasó o eso quiero imaginarlo. Júzgala tú misma mi querida Tamara.
Pretendo —a razón de todo esto— ser lo más explícito posible. Esto con la finalidad de agilizar la lectura y hacerla más clara y netamente comprensible (…) Ahí estaba yo, otra vez —como de costumbre— sentado frente al computador, las lunas de mis anteojos reflejaban el logo de la red social más famosa y usada del mundo. Creo haber tenido un largo y escabroso sueño, no lo recuerdo bien, empero: así debió suceder; aunque tal vez solo haya sido mi imaginación la que maquinó las letras precedentes, de cualquier modo, en ese momento me encontraba muy sosegado. Tenía una lista de nuevos amigos, que de lejos no podía dilucidar sus nombres, ya que la imagen parecía medio difusa y hasta ininteligible. Presto a desenhebrar el misterio que me corroía lentamente (expresión de por sí exagerada del autor), empecé a leer frenética y vertiginosamente los nombres y perfiles de mis agregados los contactos.
Anduve revisando aproximadamente una hora a las novísimas amistades, no encontrando hasta ese momento nada interesante ni digno de ser contado y menos narrado. Personajes normales que abundaban la página virtual, y alguno que otro estrambótico que nunca falta. Me preguntaba adustamente, el porqué de haberlos agregado, el estado inconsciente en el que pude haber caído para agregar pletóricamente a usuarios desconocidos de la red. Pero era en vano, y no valía la pena darle más vueltas al asunto. El punto era que ya estaba ahí y que no había forma de remediar y cambiar el pasado: eso lo tenía muy presente. Así que me dije a mí mismo que no volvería a cuestionarme lo de aquello. De alguna manera tal pensamiento me condujo a un estado de paz y concilio totales.
A punto de tirar todo al piso, decepcionado después de revisar casi todos los perfiles, empecé a sentirme como un tonto. ¿Quién era yo para mandar solicitud de amistad a aquellas personas desconocidas?, ¡qué atrevido! ¿cierto? Qué pensarían ellos de este extraño medio loco que los agregó (¿o me agregaron? no, nada de eso) sin previa presentación o mensaje y sin ningún motivo aparente y tácitamente valedero. Pues la respuesta a mis preguntas inquirentes no dirimían ningún tipo de resultado. Me sentía completamente despersonalizado y la moral comenzó a descender de una forma absolutamente vertiginoso. Otra vez los antiguos temores acechaban mi consciencia. Hasta que la vi.
Sobre el escritor
Roger Torres Agüero es un escritor de Lima, Perú. Escribe la poesía, cuentos, teatro, novelas y más. Publicó varios libros: Hoy he vuelto a escribir, La filosofía del amor, Tiempos pandémicos, Una familia con clase, Pensamientos Sempiternos: Poesía, El Escritor y otros Cuentos y Mi ser y yo. Su página de Facebook es Hoy He Vuelto A Escribir.